ENCUENTROS CON LOS GRANDES MECENAS (XXXIII)

Una visita a la guarida del gran coleccionista: Caravaggio, Rubens, Warhol, Bacon, Picasso...

J. Tomlinson Hill, uno de los mayores compradores de arte del mundo, abre las puertas de su casa a EL PAÍS para mostrar algunas de sus mejores obras

 

J. Tomilson Hill en su apartamento de Nueva York. Al fondo a la izquierda, 'Black Lenin', de Andy Warhol, y a la derecha 'Jet of Water', de Francis Bacon.
PASCAL PERICH.

DANI LEVINAS
Nueva York - 14 AGOSTO 2022 - El País

Judith y Holofernes (1607), de Caravaggio, un subyugante lienzo descubierto en 2014 en un desván cerca de la ciudad francesa de Toulouse, y que fue adquirido en 2019 por un comprador misterioso poco antes de que saliera a subasta, está en casa de J. Tomlinson Hill, un espectacular apartamento con vistas a Central Park y la Quinta Avenida de Nueva York. “No confirmo ni desmiento la compra”, explica el dueño de la vivienda con una sonrisa no exenta de picardía ante uno de los cuadros más buscados del planeta.

Hill es uno de los mayores coleccionistas de arte del mundo, como comprueba el visitante de este exclusivo lugar tras un paseo por las estancias de la casa. Hombre de impecable estampa y poca afición a conceder entrevistas, recibió a EL PAÍS el pasado mes de julio para hablar de sus joyas y permitir que se fotografiaran sus tesoros.

En el centro, 'Estudio para retrato II', de Francis Bacon, y a la derecha, 'Silla eléctrica roja', de Andy Warhol.
PASCAL PERICH

Casi todos sus tesoros: el caravaggio, con el que se colocó en el centro de toda clase de especulaciones hace tres años, tras una venta privada que se valora entre 100 y 150 millones de euros, quedó fuera del trato. El caso (y su secretismo) recuerda al del ecce homo de la misma época del pendenciero genio milanés que apareció el año pasado en Madrid en la sala de subastas Ansorena por 1.500 euros. En ambos casos también hubo dudas sobre su autoría.

Administrador de fondos, llegó a ser vicepresidente de la inversora Blackstone. Es un dedicado estudioso de la historia de la pintura, miembro de los patronatos de varios museos importantes y cuenta con su propio centro de arte privado, la Hill Art Foundation en el barrio de Chelsea. En su apartamento tiene ciertamente con muchas piezas que harían suspirar a cualquier museo. “Yo quería comprar la Silla eléctrica roja, pero mi mujer, Janine, la vetó”, cuenta divertido sobre una de ellas. “Dijo que no quería que en nuestra casa convivieran con esa imagen tan impactante niños que entonces eran muy pequeños. Pero todo llega, y una vez que mis hijas comenzaron a ir a la universidad, adquirí, tal como acordé con ella, esa obra magnífica de Andy Warhol, que hoy dialoga con otra obra emblemática del artista, de la serie Car Crash”.

Vistas de Central Park desde el apartamento de J. Tomlinson Hill, con un 'Mao' de Warhol en el centro y una pintura de Cy Twombly a la izquierda.
PASCAL PERICH

Warhol es solo uno de los nombres de una extraordinaria lista que sorprende en cada esquina del apartamento, diseñado por el influyente interiorista Peter Marino, e incluye bacons, rubens (con una obra que pintó encima de un retrato de Velázquez del hermano de Felipe IV), picassos, twomblys… Aquí, los maestros históricos, más propios de museos que de casas particulares, dialogan con fluidez con bronces del barroco y con pintores que se consagraron tras la Segunda Guerra Mundial.

Pero Hill asegura durante una conversación honda y amable que no compra solo guiado por los nombres altisonantes, sino que busca obras cuidadosamente seleccionadas por su relevancia en la historia del arte. Y en ocasiones lo hace atendiendo a curiosas reglas: “Nunca debí haber vendido el rothko del que me deshice en 2007. Me equivoqué”, recuerda. “Pero lo hice porque no pude encontrar otros tres rothkos que lo complementaran, con lo cual me resultó imposible cumplir con mi ‘regla de los cuatro’, que es fundamental porque fortalece el diálogo entre la colección ―por ejemplo, entre el mundo abstracto y el figurativo― y, así, evita la lógica según la cual una persona puede comprar cuadros aislados como quien va a un centro comercial”.

J. Tomilson Hill en su apartamento, ante una pintura de Francis Bacon. En primer plano, escultura de Willem de Kooning.
PASCAL PERICH

Sobre cómo organiza los tesoros en su cueva de las maravillas, explica: “Me cuesta decidir dónde va cada pieza, pero una vez que lo decido, no cambia más de lugar”.

En 2019 inauguró la Hill Art Foundation. Museo privado sin fines de lucro con más de 7.000 pies cuadrados, se trata de un espacio también concebido en tonos de blanco y negro por Marino. “Todas mis obras dialogan entre sí y establecen conexiones que al principio no parecen obvias”, continúa. “[Janine y yo] coleccionamos a ciertos maestros en profundidad, y de cada uno de ellos tenemos al menos cuatro obras mayores. Por ejemplo, la pared que ve allí está destinada exclusivamente a dibujos de [Willem] De Kooning”.

En el centro, obra de Brice Marden. A ambos lados, cuadros de Christopher Wool.
PASCAL PERICH

—¿Y cómo concibe el arte de coleccionar?

—No pienso demasiado en el coleccionismo de un modo convencional. Yo no colecciono. Más bien, busco obras de arte que me interpelen y que, luego, puedan conversar con las demás piezas que tengo. Esta es una visión que en buena parte le debo a mi madre, quien, a pesar de no haber vendido una sola obra, fue artista y trabajó con fluidez la pintura, el dibujo y la escultura en bronce y en terracota. Ella realmente amaba el arte, tenía un gran ojo y me llevaba a visitar museos. Y gracias a esa inspiración, cuando yo no tenía dinero, igualmente pude adquirir objetos con los cuales me interesaba vivir. Desde Londres a Arabia Saudí, he vivido rodeado de objetos, que siempre han sido un estímulo edificante; me hacen sentir mejor. Porque una colección, ya sea de pintura, de sellos o de cuadros, implica una declaración de principios. Y para mí, en cada objeto, y en el modo en que este se relaciona con los que colecciono, está esa declaración. Hay mucha gente que, en lugar de ver obras con los ojos, las ve con los oídos, basándose en lo que la gente dice, o especulando respecto a su valor futuro. Yo jamás pensé si lo que estaba adquiriendo se cotizaría. No me importa.

Una esquina del apartamento, con obras de Andy Warhol, Christopher Wool y una escultura de Willem de Kooning.
PASCAL PERICH

A la pregunta de cómo empezó su propia colección, responde: “Fue en los ochenta, cuando tenía poco dinero, coleccioné naturalezas muertas, sobre todo holandesas, del siglo XVIII. No solo me atraían, sino que todavía las tengo”. También fue importante en la forja de su gusto Jim Demetrion, que modeló durante décadas el museo Hirshhorn, en Washington, y que fue una gran influencia, recuerda, al introducirle en artistas como De Kooning o [Jean] Dubuffet.

Entre sus próximos proyectos figura, como presidente del patronato del Guggenheim, la construcción de una nueva sede en Abu Dabi, cuyo edificio ha encomendado a Frank Gehry. Él es un privilegiado testigo de la relación entre lo público y lo privado en el arte. Sobre eso, advierte: “Actualmente es muy difícil para los museos armar colecciones competitivas en un mundo en el que el bienestar privado ha explotado, y en el que el mercado del arte está por las nubes. ¿Cuál es la respuesta a ese desafío tan inquietante? Para mí, que los privados donemos. Y tengo otra cosa clara: cuando mi esposa y yo no estemos más en este mundo, no solo nuestras mejores obras estarán en museos importantes, sino que nuestra fundación dejará de existir. Creo que el arte llena un vacío, hace que la gente interactúe, se una y se sienta mejor respecto a sí misma y a su comunidad. Es que algunos se quejan de que los museos están llenos, pero no consideran que en los sesenta uno veía obras de Pollock o de Monet en museos vacíos. Por eso creo en las líneas que sostienen la historia del arte ―pues sin Velázquez no habría Bacon ni Manet; sin Manet no habría Cézanne, y sin Duchamp no habría Warhol―, creo en los museos, creo en mi país y creo mucho, también, en Nueva York, mi ciudad”.